La Jornada; Bajo la Lupa 09.03.16
Existe una perturbadora convergencia entre el teórico de la guerra permanente mediante el choque de ocho civilizaciones (sic), sickness Samuel Huntington, y el pragmático multimillonario Donald Trump sobre el supremacismo blanco de los WASP (white anglo-saxon protestants: angloestadunidenses protestantes blancos).
La única diferencia es que Huntington es venerado, mientras Trump es abominado, por el complejo militar-industrial.
Huntington, tan mexicanófobo e islamófobo como Trump, fue el coordinador de la planeación de seguridad en el Consejo de Seguridad Nacional con James Carter, además de darling de las universidades Yale, Harvard y de Chicago.
En su libro más reciente, ¿Quiénes somos? (https://goo.gl/2MY7uH), una oda a la mexicanofobia –en la que presuntamente colaboró un efímero canciller del doble cara Vicente Fox–, observa que en 1930, los angloestadunidenses continuaban siendo el grupo dominante y, posiblemente, el mayor en número de la sociedad estadunidense, pero étnicamente (sic) Estados Unidos había dejado de ser una sociedad angloestadunidense
.
A su juicio, los angloestadunidenses, quienes “habían pasado a ser los WASP, si bien habían ido perdiendo peso proporcional en la población, la cultura anglo-protestante de sus antepasados colonos sobrevivió durante 300 años como el elemento definitorio primordial de la identidad estadunidense”.
Huntington, apologista del apartheid de Sudáfrica, realiza una alarmante pregunta cabalmente racista: ¿Estados Unidos sería el que es hoy en día si en los siglos XVII y XVIII no hubiera sido colonizado por protestantes británicos, sino por católicos (¡supersic!) franceses, españoles o portugueses? La respuesta es no, no sería Estados Unidos: sería Quebec, México o Brasil
.
Agrega que la cultura anglo-protestante de Estados Unidos ha combinado instituciones y prácticas políticas y sociales heredadas de Inglaterra (incluida, de manera muy especial, la lengua inglesa) con los conceptos y los valores de protestantismo disidente (sic) que los colonos trajeron consigo
.
En el capítulo 11, sobre las viejas y nuevas líneas divisorias
, con el subtítulo nativismo blanco
(sic), cita a Wallerstein siete años después de la votación por la defenestración (impeachment) de Bill Clinton: “¿Tan difícil resulta ver (…) la rebelión (sic) de los hombres WASP contra lo que perciben que es su decreciente papel en la sociedad estadunidense?”
En su repelente libro El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del nuevo orden mundial –que lanzó, después de la disolución de la URSS, en el think tank de extrema derecha neoliberal AEI–, entre sus ocho (sic) polémicas civilizaciones
se encuentra la occidental
–núcleo de la anglosfera, netamente protestante–, que colisiona con la de Latinoamérica
, eminentemente católica.
Sea a nivel doméstico, sea a nivel continental, a juicio de Huntington la inmigración latino-católica
representa una amenaza cultural para Estados Unidos, que pudiera dividirlo en dos poblaciones, dos culturas y dos idiomas
.
Huntington fue un WASP protestante episcopalista (http://goo.gl/Q7tnmP).
Más allá de la masiva cacofonía de pánico que se ha generado en torno de Trump, quien pasará a la historia por haber aniquilado a la dinastía de los Bush, en un abordaje más profundo representa, a mi juicio, la continuación y la excrecencia del tóxico supremacismo WASP de Huntington.
Trump alardea de ser protestante presbiteriano (http://goo.gl/lEfKHB) y ostenta que su libro de cabecera es la Biblia (sic). Su pastor
es el también controvertido Norman Vincent Peale, masón del rito escocés grado 33, quien estableció una acrobática asociación entre la siquiatría y la religión mediante la teosicoterapia del pensamiento positivo
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No es gratuito que la mayor diatriba doméstica contra Trump haya provenido de Mitt Romney, fallido anterior candidato presidencial y mormón de la poligámica Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Desde el arribo de Brent Scowcroft –mormón y ex consejero de Seguridad Nacional con Ford y Daddy Bush–, la CIA y la FBI han sido inundadas por reclutados de la iglesia de Romney (http://goo.gl/s0wXar), adalid del establishment totalmente descompuesto.
Dejando de lado el choque transfronterizo –por la erección del ignominioso muro– entre Francisco, el papa jesuita argentino, y el presbiteriano WASP Trump (de madre escocesa y abuelo alemán), ¿asistimos a una subrepticia guerra de religiones en Estados Unidos?
El muro de la ignominia, favorecido por 68 por ciento de los estadunidenses, que coincide con el porcentaje de su población blanca
(64 por ciento), no es una idea original de Trump. Fue erigido por Baby Bush desde 2006 en la tercera parte de la transfrontera a un costo de 3 mil 400 millones de dólares: en la etapa de la hilarante cuan delirante enchilada completa
del fugaz canciller de Fox, y luego, del disfuncional Calderón, quienes optaron por el vergonzoso silencio sepulcral.
Trump continuaría lo que inició Baby Bush, quien tiene muchos seguidores en la clase política del “México neoliberal itamita”.
En The New York Times, Nicholas Kristof fustiga a Donald el peligroso
(¿dónde hemos escuchado eso en México?; http://goo.gl/0kQMh9), mientras el connotado historiador texano Michael Lind juzga que los neoconservadores straussianos bushianos –quienes en forma impactante se encuentran hoy más cerca de Hillary que de Trump– son responsables del trumpismo
(sic), cuando “la mayor parte de los estadunidenses son clase trabajadora sin educación universitaria. Si sus valores e intereses no están representados o son tomados seriamente por cualquier think tank o publicaciones académicas o cualquiera de las facciones políticas, encontrarán a alguien que los represente eventualmente, quizá una estrella de un reality show. En forma cruda y demagógica, Trump representa esa circunscripción electoral” (constituency; http://goo.gl/40mR6Q).
Se perdieron las clásicas fronteras electorales (http://goo.gl/Kq3EWN). Nada está escrito en una de las más atípicas y distópicas elecciones de Estados Unidos cuando, desde un punto de vista más horizontal que vertical, Trump atrae a un amplio sector de la insurgente clase trabajadora blanca que se siente abandonada y que, curiosamente, está votando más, del lado demócrata, por el admirable judío jázaro socialista
–pero antisionista y anti Wall Street– Bernie Sanders.
Más que los blancos
, son los mexicanos guadalupanos (4 por ciento), latinos (20 por ciento, incluidos los mexicanos) y afroestadunidenses (12 por ciento) –sumados de Goldman Sachs y la coalición sionista de George Soros y Haim Saban (dueño de Univisión)– quienes apuntalan a Hillary, que tiene varios cádaveres en el clóset –desde donaciones espurias a su fundación hasta el asesinato del embajador de Estados Unidos en Bengasi– y, sobre todo, la ominosa investigación de la FBI sobre sus privatizados
correos gubernamentales.
Se empieza a manejar en Washington el escenario nada descabellado del rescate in extremis por el vicepresidente Joe Biden para entrar como salvador del Partido Demócrata y supremo redentor de Estados Unidos frente a la rebelión de los WASP encabezada por Trump, fiel seguidor del supremacismo blanco protestante anglosajón de Huntington, una generación más tarde. La moneda está en el aire.
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