Los antecedentes conductuales y psicológicos de Trump son relevantes para entender el alcance de sus amenazas. En una entrevista a Playboy hace 29 años, cuando pertenecía al Partido Demócrata, exhibe sus rasgos emocionales con su padre y su hermano Fred, que murió a los 43 años de alcoholismo y, más que nada, su postura ante una guerra nuclear.
Trump dormía cuatro horas y, antes de la entrevista, no había dormido durante 48 horas: la “presión no le perturba su sueño”.
A Glenn Plaskin le tomó 16 semanas su entrevista de 1990, donde brotó a borbotones la megalomanía de Donald Trump, que tenía 44 años de edad.
Playboy cita la portada de la revista Time sobre la decadencia de Atlantic City, donde Trump poseía el casino Taj Mahal, valorado en 1.000 millones de dólares: sus “casinos saquean a ingenuos” y “ayudaron a crear el deterioro urbano, plagado por crímenes y una división entre casos de bienestar y grandes apostadores”.
Las conductas suelen ser circulares, es decir, caen en la repetición de los mismos actos. Nada ha variado de su pugnaz esquema divisorio hoy a sus 73 años contra los demócratas progresistas, que Trump tilda de antiestadounidenses, así como su golpeteo a quienes gobiernan la oxidada ciudad de Baltimore.
Playboy juzga que Trump es “el mayor emprendedor intimidador”, y que su Arte de Negociar es para “hacer dinero y aplastar a sus adversarios”.
De los cinco hijos de su padre alemán, solo Donald mantuvo el gusto por los negocios inmobiliarios.
No habla nada de sus dos hermanas ni de su otro hermano. Comenta que su padre “controló a sus hijos con una voluntad férrea”, y consideró a Donald como “brusco y salvaje”, por lo que lo colocó en la Academia Militar (sic) de Nueva York, hecho que quizá “inoculó su sentido carcomido de ineptitud, que marcó su ambición posterior”.
Luego pasó dos años en la Escuela de Finanzas de Wharton y a los 33 años definió su estilo mediante su “persuasión y exuberancia” para despegar en su odisea inmobiliaria y concluir tres años más tarde la célebre Torre Trump, “donde vive Johnny Carson y Steven Spielberg, que atrae 100.000 visitantes al día (sic)”.
Ni su padre soñó su fortuna cuando Donald “se volvió cautivado por su propia manera mística y por su forma de hacer dinero”: “le quise probar a mi padre y a otra gente que tenía la capacidad de ser exitoso por mí mismo”.
En la entrevista refiere que las personas exitosas ostentan “neurosis controladas” y que lo importante es “controlar las situaciones”.
Es un ferviente creyente de los “genes (sic)”, de donde quizá provenga su supremacismo racista blanco. Donald no conoce la modestia: ha sido un triunfador impetuoso y hace negocios con su estilo tsunami.
Desde hace 29 años, autodefinía que “su visión (sic)” es su “principal capital”. Se catalogaba como un vendedor nato: “Sé lo que vendo y sé lo que la gente desea”. Pues parece que este atributo, que impuso en Nueva York, no le funciona con China.
No todo fue apoteosis. También hubo “lados oscuros” cuando su hermano mayor Fred, quien “odiaba el negocio inmobiliario”, se volvió piloto de aviación y murió de alcoholismo a los 43 años.
Comenta que a Fred la gente le tomaba el pelo en los negocios, por lo que Donald se volvió “muy desconfiado por los demás”: es “muy escéptico de la gente”, que “estudia todo el tiempo en forma automática” como “su forma de vida, para bien o para mal”, lo cual le genera su “autopreservación”. Goza de “probar la amistad”, ya que para Trump “todo en la vida es un juego psicológico”.
A mi juicio, el problema de Trump y sus juegos psicológicos son que cabe la probabilidad de que se tope con alguien más perspicaz y resiliente.
Juzga que “la amistad puede ser realmente probada en los malos tiempos”, por lo que, “en forma instintiva, desconfía de mucha gente”.
En vísperas de la entrevista, sus tres principales ejecutivos fallecieron en un extraño accidente de helicóptero. En forma más extraña, Trump canceló “en el último minuto” ir con sus ejecutivos en el fatal vuelo.
Donald es “fatalista” y dice no temer a la muerte.
Glenn Plaskin le comenta que “la gente le llama ostentoso, egomaníaco y lo ponen como símbolo ambicioso de los 80”, a lo que responde que los “ricos lo quieren menos que el trabajador que lo prefiere”, porque sabe que no heredó su fortuna y es un self made man. Aquí Donald opera su parricidio mental y llama la atención que nunca cite a su madre escocesa, de religión presbiteriana, sobre cuya Biblia, además de la de Lincoln, juramentó su polémica Presidencia.
Alardea de otorgar abundante ayuda a los centros caritativos y comenta el proceso de creatividad de los negocios que le confieren “diversión pura” y que nadie hace mejor que él: “Existe una belleza en cerrar un gran trato. Es mi lienzo y me gusta pintarlo”.
Confiesa creer en el “pensamiento positivo“, pero “también cree en el poder del pensamiento negativo”, por lo que siempre está “preparado para lo peor”: está preparado para la próxima “depresión” económica, que “siempre ocurre”.
Su “pensamiento negativo” se notó coincidentemente ante la reciente reanudación de las negociaciones con China, que juega al wait and see.
Trump no ha variado un ápice en su forma de “negociar” desde hace 29 años, que ahora delata en su abordaje con Corea del Norte, Irán y China: “Pido cualquier cosa que pueda obtener. (…) Llevando a la gente al borde de romper las negociaciones, pero sin romperlas. Los empujo al máximo de lo que pueden aguantar (sic) y obtengo un mejor trato que la contraparte”. Si siente que fue demasiado lejos, pues “habrá cometido un error”, pero no dice cómo retroceder sin perder credibilidad…
© AP Photo / Manuel Balce Ceneta
En ese entonces, Donald acariciaba la necesidad de que EEUU tuviese “un mayor ego”, cuando “está siendo estafado(sic) por nuestros llamados aliados”, como “Japón, Alemania occidental, Arabia Saudí, Corea del Sur, etc.”, y cuyos “productos son mejores porque tienen mucho subsidio”, mientras “EEUU es el hazmerreír del mundo (…) por defender a los países ricos por nada, países que serían borrados de la faz de la tierra en 15 minutos si no fuera por nosotros”: “Nuestros aliados hacen miles de millones de dólares dañándonos”.
Trump no ha cambiado su discurso desde entonces y su cronograma de la destrucción en “15 minutos” lo acaba de emplear contra Afganistán.
Se rebela ante la disparidad comercial con Japón: “Odia ver a EEUU ir al infierno”, por lo que desea instaurar la pena de muerte y regresar la autoridad a la policía.
Hace 29 años no deseaba la Presidencia y se contradijo al pronunciar que “sería mejor demócrata que republicano”, porque la clase obrera es quien “lo quiere”.
No cree en la Bolsa de Valores. Prefiere los bienes raíces, que son “sólidos”, y “adora la belleza de los casinos” por su liquidez.
Aduce que el problema del desastre en la URSS es que Gorbachov “carecía de mano firme”, por lo que vislumbraba “pronto una revolución”. Proporciona el ejemplo de cómo China “sometió con fuerza la revuelta estudiantil de Tiananmen”.
Trump juzga en la entrevista que “la caída de helicópteros en Irán marcó la debilidad de Carter y de EEUU”, e incita a ser “duros” para “ganar en forma sistemáticaI (sic)”.
La guerra nuclear forma parte de su “pensamiento”. Esta sería la “última catástrofe” de la que “nadie se percata”: “La mayor estupidez es que la gente crea que nunca sucederá”.
Cree “muy firmemente en una extrema fuerza militar”, sin “confiar en nadie”.
Trump siempre ha sido Trump. Incluso 29 años después: lo único que cambió fue de partido.
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